María Corina Machado se comunicó, a las pocas horas de llegar a Oslo para reunirse con su familia, con el secretario de Estado Marco Rubio. Según comentan en el Departamento de Estado, fue un contacto concreto, pero en el cual la dirigente venezolana pidió todo el apoyo posible para lograr que Trump contemple a la oposición en su pulseada con el régimen de Nicolás Maduro.
El pedido tiene sentido porque, de momento, el ánimo de la Casa Blanca para con Machado es glaciar. Trump no festejó el escape de la dirigente ni tampoco envió a ninguna figura de su staff más cercano a Noruega para recibirla. Además, el papel del gobierno de Estados Unidos en la salida de Machado pareció mínimo, difuso y por eso tampoco hay demasiado comunicación al respecto. De hecho, en Oslo solo estaba la congresista republicana María Elvira Salazar, que tiene fuertes diferencias con la Casa Blanca.
Machado iniciará la semana que viene una serie de contactos en la Unión Europea como paso previo a una gira por Estados Unidos y América Latina. México no está descartado en la lista de potenciales destinos.
Machado emprenderá una agenda que busca darle el impulso final a Trump en su avanzada militar contra Maduro. La dirigente espera que la comunidad internacional le asigne el lugar que Trump no ha querido darle: el de ser una opción de gobernabilidad en la Venezuela post Maduro.
Este es el desafío principal. Machado le ha enviado señales de concordia a Trump, le dedicó el Premio Nobel y llegó al punto de decir que el triunfo de Joe Biden en 2020 fue fraudulento. Pero Trump no cede y para la Casa Blanca el tablero sigue presentando dos posiciones: el chavismo y Washington.
En el ámbito diplomático de Washington la explicación a esta dinámica es que Trump está convencido de que la oposición venezolana no está condiciones de ofrecer gobernabilidad ni de contar con la lealtad de las Fuerzas Armadas bolivarianas, las mismas que controlan sectores cruciales de la economía venezolana y que tienen más de 500 generales, la mayor cantidad entre todos los ejércitos del mundo.
En la óptica de Washington, encumbrar a Machado es sinónimo de una larga ocupación militar, del estilo de Afganistán o Irak. Y sin gobernabilidad no hay clima de negocios posible para el negocio del crudo venezolano, donde Chevron tiene una posición vital.
Con este escenario, introducir a Machado en las preferencias de la Casa Blanca asoma como una labor titánica para Rubio. Y es que, en la arena de la política internacional, el secretario de Estado parece estar por detrás del vicepresidente JD Vance, tal como quedó reflejado en el documento de Seguridad Nacional dado a conocer la semana pasada.
Ese texto no expone a China y Rusia como las amenazas más serias y promueve que Europa se defienda sin demasiado apoyo de la OTAN. Una sintonía absoluta con el ideario del vicepresidente del cual ayer jueves la secretaria de Seguridad Kriti Noem se volvió a hacer eco cuando dijo que los cárteles mexicanos son un peligro para Estado Unidos.
Las encuestas tampoco ofrecen un impulso para jugar a fondo en Venezuela. Esta semana se conoció el relevamiento de la Biblioteca Ronald Reagan y Venezuela no figura como un foco de interés para la seguridad nacional. Los temores del electorado siguen siendo, más o menos, los recurrentes: China, Rusia y Corea del Norte.
